sábado, 29 de mayo de 2010

Con diecisiete años me habló de las autopsias sexuales.
Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una de estas autopsias.
Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera que parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querida una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.

Una autopsias en toda regla de nuestro sexo, pero con nosotros vivos aunque inmóviles.

Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien tan solo mirando nuestros dedos, supiese se habíamos tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían mirado con deseo o nuestra lengua había conocido muchos congéneres.

Además podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soporto grandes lluvias o sequías.

¿Cuántos mordiscos, cántos susurros, cántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, o nuestro placer en solitario.

Nunca me he hecho una autopsia de este tipo. Me ha dado miedo el resultado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario